DE LA HISTORIA Y OTROS DEMONIOS

domingo, 28 de febrero de 2010

miércoles, 24 de febrero de 2010

La Cadena de Oro de Huascar


Esta es una de las historias más fabulosas del Perú incaico. Pocos dudan de su existencia, ni siquiera los arqueólogos.


Cuentan las cronicas que el Inca Huayna Cápac mandó fabricar una waskja (que significa cadena, de donde deriva el nombre de Huáscar), esta cadena tenía unos 200 metros de largo y era del grosor del antebrazo. En la fiesta en la que debía coronarse al nuevo inca, Huayna Capac obsequió la cadena de oro a su primogénito. La cadena, sostenida en brazos de los nobles, abarcó todo el perímetro de la Plaza Aukcaypata.
Huáscar ordenó llevar la cadena al palacio de Amaru Cancha, en cuzco, y colocarla en la sala sagrada de los Amarus o serpientes.

Tras iniciarse la guerra entre Huáscar y Atahualpa, que finalizó con la derrota del primero, las huestes de Atahualpa profanaron la ciudad sagrada, los templos y demás edificios; hallaron la cadena y la condujeron a Quito. En esos menesteres se hallaban cuando se produjo la captura de Atahualpa en Cajamarca; los súbditos del Inca apresado, se hallaban conduciendo la cadena en las cercanías de Huaro, en la provincia de Quispicanchi, Cusco.

Cuando se supo de la invasión española y de la codicia de éstos, se decidió arrojar la cadena en la laguna de Urcos. Desde entonces, y principalmente durante la colonia y entrado el siglo XIX, se han contado por decenas las empresas particulares que han tratado de desaguar la laguna, sin éxito, buscando la mítica cadena aúrea.

¿Dónde está El Dorado?


Cuando los españoles invadieron el Imperio de los Incas, descubrieron una fastuosa acumulación de oro que incluía muchas obras de arte. Los invasores apenas podían dar crédito a sus ojos cuando vieron el botín que estaba a su disposición. Por ejemplo, las paredes del coricancha estaban enchapadas en oro y los jardines del palacio tenían replicas de animales y plantas del imperio hechas en oro y en tamaño natural.


Claro que los españoles saquearon todo , pero no quedaron satisfechos. Al contrario, la codicia se acrecentó más y más. Probablemente ahí es que surge una historia fabulosa que alimenta el deseo de riqueza de los conquistadores, llegan a ellos rumores de un lugar alejado donde existían tesoros aún más grandes, hacia el norte, más allá de las fronteras del imperio inca, un sitio que la gente llamaba El Dorado. Los mitos y las leyendas que rodeaban El Dorado eran muchas y variadas: algunos afirmaban que se trataba de una ciudad perdida; otros, que era un templo repleto de tesoros, escondido en lo profundo de la selva; hubo incluso quienes afirmaban que El Dorado era una montaña de oro macizo. Una de las teorías que actualmente gozan de mayor aceptación, sin embargo, sostiene que El Dorado era una persona: probablemente el jefe del pueblo chibcha.


Los chibcha ocupaban el extremo norte de los Andes, hoy Colombia. El Dorado recibió ese nombre debido a la ceremonia chibcha que señalaba el ascenso al trono. El rito comenzaba cuando el pueblo se reunía a orillas del lago de Guatavita, celebraba durante varios días; mas en el momento culminante, el jefe que ascendía al trono, embarcaba en una balsa de juncos hasta el centro del lago. Una vez la balsa estaba en el centro del lago, el nuevo jefe chibcha era desnudado y todo su cuerpo se revestía con polvo de oro. El nuevo jefe cogía objetos de oro y los dejaba caer en el lago, como una ofrenda a los dioses de su pueblo. cada uno aportaba su tributo, arrojando objetos de oro al agua. Así fue como el fondo del lago Guatavita llegó a contener una de las más ricas colecciones de objetos de oro del Nuevo Mundo.


Curiosamente, el pueblo chibcha, el pueblo de El Dorado, no poseía yacimientos de oro propios. Conseguían el metal precioso mediante la guerra y el intercambio comercial.


Muchos hombres se aventuraron en busca de ese maravilloso lugar, en 1535, Georg Hohermuth, gobernador alemán de Venezuela, partió en busca de El Dorado, contando con un dato que le habían proporcionado los nativos: «De donde viene la sal, viene también el oro.» Hohermuth salió al frente de una fuerza expedicionaria integrada por 40 hombres; buscaron durante tres años enfrentando las más espantosas condiciones geográficas y climáticas. Cuando la expedición regresó a Venezuela con 300 de sus integrantes habían perecido. Al año siguiente, el formidable conquistador español Sebastián de Benalcázar partió también en busca del lago; unos meses después, un aventurero alemán, Nicholaus Federmann, se embarcó en la misma misión.
Los expedicionarios arrancaban los adornos de oro que los chibcha usaban en las orejas y en la nariz, antes de sacrificar a los prisioneros. Ninguna de las empresas aventureras halló El Dorado.

Un comerciante español reclutó un ejército de 8000 indígenas y lo lanzó a construir un profundo canal, para drenar el Guatavita, el nivel de las aguas descendió 18 metros. El comerciante pudo apoderarse de numerosos objetos de oro y de valiosas esmeraldas; pero los corrimientos de tierra obstruyeron finalmente el canal de drenaje y el proyecto tuvo que ser abandonado.


A principios del presente siglo, una empresa británica se propuso desaguar completamente el lago. Consiguió excavar un canal que hizo descender al mínimo el nivel de las aguas; pero el fango depositado en el fondo del lago era demasiado blando y demasiado profundo, lo que impedía caminar sobre él. Luego, el fuerte sol de la región endureció el lodo hasta convertirlo en una dura roca, y cuando la compañía consiguió hacer llegar al laso un equipo de perforación, ya era demasiado tarde: el lodo endurecido obstruía el canal de drenaje y las lluvias habían llenado de nuevo el Guatavita.


A partir de entonces, el gobierno colombiano dictó una ley que protege al ago de las incursiones de los cazadores de tesoros. Sin embargo, las fabulosas riquezas de El Dorado continúan atrayendo a los aventureros. el espíritu de El Dorado sigue vivo, como vivo permanece el misterio de su fabuloso tesoro.

martes, 23 de febrero de 2010